Antes de ir al cine a ver Érase una vez en… Hollywood escuché muchas opiniones. Como siempre, algunas personas la veneraban y otras por el contrario, echaron pestes sobre ella. Fui a verla con una amiga de toda la vida, ella trabaja como profesora y con la inocencia y la paz que le caracterizan me dijo: «¡Vamos a darle una oportunidad!»
Mi súper acompañante me dijo que le pareció muy rara, y yo salí de la sala pensando en las tres cuestiones que están muy presentes en la película: decadencia, nostalgia y narcisismo.
Hay un momento en la vida en el que las estrellas se estrellan y se encuentran en decadencia. Algunos actores cuando están idealizados por el público creen que pueden ser Dios, sin embargo, cuanto más alto esté alguien más dura es la caída después. Este sentimiento Tarantino lo refleja a la perfección.
La nostalgia también está presente a través de una dirección artística muy cuidada. Visualmente hay guiños geniales, Rick Dalton está mayor, las personas que le rodean y él lo saben, pero no quiere asumir el paso del tiempo y por eso, su yo joven protagonizando los taquillazos western de Hollywood empapelan ahora su casa.
Por último, está el narcisismo. Los directores consagrados al final de su carrera se toman la licencia para hacer lo que les da la gana porque ya han demostrado lo que valen y el público va a ir a ver sus trabajos independientemente de la calidad que tengan. Podría decirse que hay un narcisismo interno y externo, el del protagonista y el del propio director.
En definitiva, estamos ante el proyecto más personal de Tarantino en el que un actor protagonista ensimismado y un especialista demasiado guapo para ser secundario se juran lealtad a pesar de su pasado e independientemente de lo que les depare el futuro.